viernes, 20 de junio de 2014

Mis profes

Mis alumnos escuchan mis palabras, yo escuché las de mis maestros, ellos a los suyos, así, el conocimiento nos vincula con el origen de la enseñanza. He tenido en verdad grandes maestros, a quienes admiro y releo,a quienes acudo cuando tengo dudas y recuerdo con cariño y añoranza.
Desde hace mucho tiempo sabía que me gustaba enseñar. Cuando estaba en la Facultad tomé clases para prepararme en pedagogía, es una de las especialidades de mi carrera: la enseñanza del lenguaje, mi maestra en esa etapa fue Ana María Maqueo. Cuando estaba en su clase y trabajando en sus proyectos no sabía con quién estaba hablando, aprendí muchísimo de ella; pero sólo fue tiempo después que supe que es autora de mis propios libros de primaria, que ha trabajado para la UNESCO y que los proyectos de que nos  habló han sido publicados y sirven como base para investigaciones de vanguardia a nivel mundial. Mi sincero reconocimiento y mi recuerdo con cariño para ella.

Hablé de la profesora Maqueó porque con ella empecé mi camino como maestro. Pero no es sólo a ella quien recuerdo. Del profesor Bulmaro Reyes aprendí casi todo lo que sé de gramática de la lengua española, y apuntando que me dio clases de latín. Además de mil cosas que es imposible enumerar porque son temas variados: desde política, historia de Roma, historia de México, la vida en el campo mexicano, poesía, ética, arquitectura, entre tantas otras. De Aurelio González recuerdo pocos aprendizajes en concreto, pero tengo muy claro que en el día a día, en el salón de clases una de las mejores formas de enseñar es la mayéutica, que en poesía no hay casualidades, que el arte cuesta trabajo y dedicación; que la Edad Media es la etapa en que se fundamentó la cultura como hoy la conocemos en muchos aspectos.

Así podría hablar de muchos de mis maestros; sin embargo, con más de diez años dedicándome a esta profesión, puedo decir que he aprendido de mis alumnos mucho más de lo que se puede enseñar en una clase. Aprendizajes que en verdad se adquieren sólo cuando se viven: he aprendido que la mejor manera de enseñar es el ejemplo. Y aunque esto se dice a menudo, es únicamente cuando lo vives que caes en la cuenta de esta verdad profunda. He aprendido que la pasión por el conocimiento no se enseña, pero se transmite cuando se siente de verdad. He aprendido que si soy egoísta y quiero el reconocimiento para mí como maestro, mis alumnos terminarán odiándome, porque es un acto de vanidad; en tanto que si busco el reconocimiento de las ciencias y las artes, mis alumnos pueden ver en mí a una persona como ellos, que tiene un amor, un gusto por algo y nos reconocemos y aceptamos.

Pero sobretodo he aprendido que cada quien tiene el derecho de ser como es, y que nadie bajo ninguna circunstancia puede obligar a alguien a ser como se le antoje. Este es un error que comentemos continuamente los maestros: queremos hacer a los alumnos a nuestro modo, grave error. Si soy auténtico mis alumnos tomarán lo que ellos quieran para sí, sin violentar su  independencia. Y esto que he aprendido de ellos es al mismo tiempo lo que quisiera enseñar también en cada una de mis clases.

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